26 de mayo de 2012


En el umbral de los recuerdos, a la sombra del viejo lapacho. Un niño correteaba alegremente, dibujando en cada paso, notas musicales. Al despertar, el comienzo de una larga jornada laboral, junto a sus alumnos, junto a su música,junto a su corazón. Tafí Viejo.

Quique Yance es uno de esos artistas que trabaja en silencio pero de manera inquieta. De gran templanza y a pesar de sus sólidos conocimientos, es una persona humilde. Un ser humano cálido que no tiene problema en compartir su tiempo y sus sueños con quienes lo rodean. En lo estrictamente musical, es un excelente intérprete y gran compositor, pero, por sobre toda las cosas un músico coherente. Aprendiz de dos grandes de la música Adolfo Ábalos y el Cuchi Leguizamón, tiene una escuela con fundamentos y de una riqueza extraordinaria. Generoso, está siempre atento, es un maestro que se pone al nivel de sus alumnos para enseñarles con total y desinteresada entrega. En síntesis, una persona con auténticas convicciones.
¿Cuándo decidiste que lo tuyo era la música?

Me decidí a estudiar música a los 8 años, me inscribí en el Conservatorio Santa Cecilia sin que lo supieran mis padres. Profesionalmente cuando tenía 25 años. Vivía en Jujuy (Humahuaca), trabajaba en el Hospital como Farmacéutico y me habló Gustavo Patiño para tocar con él.
¿Cuáles fueron tus influencias musicales?

Muchas, de entrada Rodolfo Biaggi, luego Chopin, Bach , Debussy, Ravel, Satie , Bolling ( franceses) , después los pianistas de jazz Count Basie, Gonzalo Rubalcaba, Chucho y Bebo Valdéz , Michel Camilo, Michel Petrucciani y sobre todo el maestro Bill Evans . En Argentina , Astor Piazzolla, Cuchi Leguizamon, Osvaldo Costello, Chango Farias Gomez, Lito Vitale. En Brasil Lyle Mays , Gismonti , Pacifico Mascarenhas, Caetano , Vinicius y Tom Jobin.Luego vinieron Ennio Morricone, John Williams , Hans Zimmer ,

Michel Nyman y James Horner.
¿Qué crees que se necesita para ser un músico?

Quizás talento innato , pero sobre todas las cosas mucha formación académica , de ensamble y mucha perseverancia y constancia.
Los compositores,los artistas,¿cumplen una función social?

La sociedad no puede vivir sin la música, no podría concebirla de otra manera. La usamos desde nuestros videos de recién nacidos, en cada evento importante, todos los días en la radio del auto, en la casa, cuando nos casamos, hasta cuando morimos. La sociedad tiene arraigada la música en su forma de vida, así que todas las composiciones son muy importantes. Cada pensamiento musicalizado se interioriza y arraiga en el acto en el inconsciente colectivo de la sociedad.
Refiriéndonos a tu estilo. ¿Cómo suena tu música? ¿Cómo se la explicarías a alguien que no la ha oído?

Le explicaría que mi música suena dulce, es académica y equilibrada, con mucha luz, en definitiva tiene la mejor onda.
¿Con qué artista te gustaría componer una canción?

Bueno en realidad son varios: Piazolla, Costello , Mariela Narchi, Tom Jobin, Chivo Valladares, Pablo Mema, Pica Jurez, Ruben Leiva, Michel Camilo.
A partir de la llegada de Mariela Narchi a tu vida. ¿Sientes que hay un antes y un después en tu carrera artística?

Seguramente, ella completo todo, trajo las composiciones , la voz , la luz, el empuje, tiene la capacidad de encenderme en proyectos nuevos, siempre está inventando algo , y luego le damos forma entre los dos. Evidentemente divido mi carrera en dos.
¿Cómo vez el movimiento cultural en nuestra provincia?

Es intenso, visceral, aunque le falta academicismo y viajar a actuar en otros lugares, relacionarse con músicos de otras latitudes, incluso de otros países. Yo me muevo por todos los géneros ( menos el de la cumbia) , los conozco, y generalmente lo que falta es eso, estudiar, viajar y tener más constancia.

En tu facebook figura la foto de un lapacho ¿qué representa para vos ese hermoso árbol?

El lapacho representa mucho para mí. Me recuerda mi infancia, el lugar donde vivo, mi familia, la historia de Tucumán, la belleza.
¿Tucumán es fuente de inspiración para componer canciones?

Tiene mucha historia , muchos personajes, y una naturaleza exuberante así que totalmente de acuerdo. Tucumán es fuente de inspiración.




Entrevista realizada por María Verónica Daud

FABIÁN SOBERÓN es escritor, docente universitario y periodista cultural. Nació en J. B. Alberdi, Tucumán, Argentina, en junio de 1973. Ha publicado la novela La conferencia de Einstein (UNT, 2006), los libros de relatos Vidas breves (Simurg, 2007) y El instante (Raíz de dos, 2011), y ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine en revistas nacionales e internacionales. El Fondo Nacional de las Artes publicó textos suyos en la Antología de la Poesía Joven del Noroeste (Fondo Nacional de las Artes, 2008). Es Licenciado en Artes plásticas y Técnico en Sonorización. Fue docente de Historia de la Música en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. Actualmente se desempeña como docente en Teoría y Estética del Cine (Escuela Universitaria de Cine), Comunicación Audiovisual y Comunicación Visual Gráfica (Facultad de Filosofía y Letras) y en las cátedras de Guión y narración e Imagen en movimiento II en la Universidad Católica de Santiago del Estero. Fue finalista del Premio Clarín de Cuento 2008. Con su novela Atalaya obtuvo una mención en el Premio de Novela Breve de Córdoba, con el Jurado integrado por Angélica Gorodischer, Tununa Mercado y Perla Suez. Ganó el 2do Premio del Salón del Bicentenario. Actualmente colabora con Boca de sapo (Buenos Aires), La Capital (Rosario), El Pulso Argentino y La Gaceta Literaria (Tucumán), entre otras publicaciones.

Contanos un poco de tu experiencia con la lectura y la escritura. ¿Cuándo crees que surgió tu vocación como escritor?
Hubo un momento en el que se produjo un click, un tiempo impreciso en el que supe que quería ser escritor. Decidí, entonces, combinar mis intereses, mis lecturas y mis estudios en esa dirección. Decidí que quería aprender a escribir. Esa decisión estuvo ligada, por supuesto, a la pasión por la lectura. La historia de un escritor es la historia de un lector. Desde el principio tuve clara una sola idea: no se puede escribir sin leer. De modo que seguí mi pasión por la lectura, y creo que esa biblioteca imperfecta y dispersa que se iba armando, esa biblioteca azarosa fue la brújula ciega que me llevó a la zona peligrosa y ardua de la escritura. Hice, y hago, lo que hacen todos: quería escribir como mis autores admirados. Y fui, como todos, un mono, un imitador. Escribí muchas páginas que no publiqué –y que me alegro de no haber publicado- en las que imitaba a esos autores. Supongo que con los años fui encontrando en mis escritos eso que algunos llaman una voz más personal, algo que no me resulta del todo despreciable. Si esto es así, si he encontrado esa voz, lo dirán, por supuesto, los lectores. Yo sigo buscando y mi búsqueda está hecha menos de hallazgos que de ilusiones.

En el transcurso de tu vida, ¿hubieron situaciones que te llevaron a escribir más?.

   No creo. Siempre leí y escribí como un carpintero o como un tornero, tratando de aprender lo más posible el oficio, las mañas y los secretos de la escritura. La herramienta central del escritor es la lectura. Leí, leí, leí y leo todo lo que puedo en diferentes géneros y opciones estéticas: libros de divulgación científica, historia, poesía, ensayo, crítica de cine, historia del arte, historia de la música, novelas policiales, cuentos, crítica literaria, no ficción, etc. Creo que los años como lector me han dado cierto entrenamiento: el oficio de lector. Este oficio es tan importante como el otro. En realidad los dos oficios son uno solo para el escritor. Son dos caras de la misma moneda. Mientras leo pienso en cómo ha resuelto ese autor un problema formal, la elaboración de una trama o el perfil de un personaje y pienso cómo podría hacer yo ese trabajo en mi cuento o en mi novela. Y a la inversa: mientras escribo recuerdo lo que aprendí en la lectura. Entonces, la lectura y la escritura son dos colores del arco iris.

Hablando de escritores de nuestra provincia, ¿tuviste cierta admiración por alguno? ¿qué es lo que más destacas?.
  Mientras escribía mi novela La conferencia de Einstein leí la novela Pretérito perfecto, de Hugo Foguet. En ese momento, esa novela funcionó como una confirmación de mis sospechas, de mis aspiraciones. Foguet traza de manera magistral una ciudad literaria, funda una ciudad literaria, mira a Tucumán no desde la óptica monótona de la lupa folclorista sino que la convierte en una Dublín del cono sur, una mezcla curiosa y verosímil de ciudad provinciana y universal. Por eso la novela es para mi –como escribí en un ensayo- el Ulises tucumano, una novela total en la que confluyen las discusiones acaloradas, los prejuicios ridículos y los intercambios estéticos, filosóficos y políticos. Yo quería hacer eso en mi novela: quería convertir a las calles, a los pasajes, a las plazas próximas, en una zona atravesada por la literatura. Y cuando leí a Foguet sentí que él había hecho lo que yo estaba buscando. Inmediatamente lo ví como un precursor, como un feliz precursor de mis búsquedas. De la misma forma, pensé como precursores a Daniel Moyano y Antonio Di Benedetto.

Barrio Sur ¿qué significa para vos? ¿Y la Plaza San Martín?.

   En mi novela y en algunos cuentos he decidido incorporar una zona que toma focos espaciales de la ciudad de Tucumán. Esas zonas no han sido elegidas por su pintoresquismo o por su particularidad física. Son, más bien, espacios que me permiten entender y mostrar formas de la soledad, el tedio, el miedo y la melancolía. El barrio Sur aparece como un personaje en mi novela La conferencia de Einstein. Cuando digo personaje no me refiero a un individuo que deambula y que piensa sino a una presencia simbólica que da lugar a los devaneos y persecuciones de los personajes. El barrio Sur es un fantasma que atrapa y consume a Ariel y a Cecilia, es un mapa de sus ilusiones y desdichas, una geografía fantasmática y fatal de sus obsesiones. Y es, también, una forma de encausar mis lecturas y mi amor por el cine, la música y la pintura. “La naturaleza imita al arte”, escribió de forma insuperable Oscar Wilde. Creo que tiendo a pensar al barrio Sur como una locación de una película de Hollywood o como sucursal afiebrada y dislocada de un relato de Guillermo Cabrera Infante. Veo, involuntariamente, eslabones de una ficción clásica en los espacios cotidianos. Tal vez eso sea el producto de una enfermedad estética. Y creo que no se cura nunca.

A propósito de lo que dijiste en una entrevista: "...hay que escribir un personaje que piense en contra de uno mismo, que tenga las ideas opuestas...". ¿En algún momento de tu vida tuviste una idea y, a lo largo del tiempo, cambiaste de opinión?

  Sí, claro, cambié de opinión muchas veces y espero seguir cambiando. Suelo pensar y discutir conmigo mismo las hipótesis y las ideas sobre un personaje o sobre un argumento para una novela. En mi caso, esta posibilidad del cambio tiene relación con mi fascinación por las relaciones entre verdad y ficción, entre lo que parece verdadero y lo que no lo es, entre lo aparentemente real (que es falso) y lo ficcional. He elaborado una serie de relatos y de cuentos combinando de manera deliberada episodios reales con ficciones. Me fascina pensar en la confusión de esos aspectos, me fascina dudar y hacer dudar a los lectores sobre esos rostros de la realidad. Lo verdadero y lo falso son rostros de la realidad, o de lo que llamamos realidad. Creo que la modificación permanente de las ideas, la oscilación entre una verdad y otra es una posibilidad que me da la escritura de ficción. Pensar a un personaje y pensar en su oponente me parece encantador. Poder pensar como cada uno de ellos me hace sentir feliz, de alguna forma. Recuerdo, por ejemplo, a dos personajes de una novela célebre: el cura mojigato y el torpe liberal de Madame Bovary, la novela de Flaubert. En esa novela, el lector escucha los opuestos. Y uno se pregunta: ¿quién tiene razón? Los dos o ninguno de los dos. Me parece placentero ser el cura y ser el liberal en diferentes momentos del día. En esa oscilación permanente e interminable empieza el juego de la imaginación, del breve placer de la escritura. Por sus juegos con el engaño y el truco narrativo tengo una admiración frenética por Orson Welles. Si alguna vez pudiera hacer algo que se parezca a una de sus películas, me sentiría realizado.
Al crear un personaje con ideas opuestas, ¿buscas de alguna manera tener empatía con el mismo o lo haces para que tenga más impacto en el lector?

  Ninguna de las dos cosas. Lo hago como una estrategia de escritura, de creación de personajes. Me encanta la idea de ensayar el pensamiento o las convicciones de mis enemigos. Tener esa posibilidad me parece uno de los milagros del arte.
¿Para qué o quién escribes?.

   Alguna vez tuve una moto y corrí como un loco y sentí el abrazo desangelado del viento zumbando en mis oídos. Escalé el glaciar Perito Moreno, navegué por las olas turquesas del sur; deambulé, fascinado, por la cárcel de Ushuaia contemplando los patios vacíos de los maniáticos y de los asesinos. Todo, o casi todo, lo hice para después escribirlo. La escritura es una de las razones que le da sentido a mi vida. Por eso creo que la escritura no es poca cosa. Y la vida tampoco.

Hace 23 años, dicté, en voz alta, mis primeros textos en un cuarto húmedo de un pueblo de Tucumán. Mi querida tía Amalia, devota de Edgar Poe y de la conversación voluntariosa y amable, anotaba mis oraciones en una máquina de escribir Olivetti. Eran los guiones para un programa de radio. Todavía escucho el repiqueteo metálico de las teclas y las gruesas gotas de lluvia en el techo de zinc. Las ideas copiadas en el papel se convertían en la voz grave del locutor y después se perdían en el aire infinito. Nadie recuerda hoy esos programas de radio. Las ondas se esfumaron en el vacío como los cuerpos se pudren, irreversiblemente, bajo la tierra. A veces pienso que lo que escribo está destinado, como las diáfanas ondas radiofónicas y como casi todo, a perderse en el océano arrollador del olvido.

El filósofo Emil Cioran no deseaba la inmortalidad sino haber vivido en el pasado romano. Yo anhelo que al menos una línea de mis cuentos y novelas no sea olvidada del todo. Mi escritura es, de alguna forma, una lucha empecinada y vana contra el olvido.


¿Crees que una persona que no tuvo tanto contacto con la literatura, ni tuvo el privilegio de formar parte de la Universidad, puede leer tranquilamente algún libro tuyo? ¿Qué recomendaciones previas le darías?.

  Creo que cada libro encuentra su lector. Y si uno lee un libro que le desagrada debe dejarlo, olvidarlo. Quizás, más adelante, ese lector se encuentre con ese libro. Eso pienso de los lectores de mis libros. Creo que no hay un solo tipo de lector. Los lectores tienen múltiples maneras de acercarse a los libros. Hay lectores más entrenados que otros. Creo que mis libros –y puedo estar equivocado- permiten, acaso como todos los libros, que los lectores se interesen por diferentes aspectos. De modo que los lectores pueden ingresar a mis libros por diferentes caminos. Habrá lectores más interesados en la anécdota o en la historia, otros más interesados en el uso de las convenciones escriturarias, otros interesados en la frase sentenciosa o estudiada, otros en las relaciones conflictivas entre la realidad y la ficción, otros en los vínculos problemáticos entre historia y ficción y en aspectos o características que se me escapan. Un autor no es el más indicado para hablar de sus propios libros.

Lo que deseo es que el lector se apasione con lo que lee. Si no le produce placer lo que lee, entonces debe dejar el libro. Yo escribo con la secreta misión de atrapar al lector. Si no lo logro, entonces mi escritura es un fracaso.

                                           Entrevista realizada por: María Verónica Daud






                                                              En Praga

                                         Por Fabián Soberón

La nieve abraza las ramas desnudas de los árboles. El silencio es enloquecedor. Un joven, desgarbado, pasa las páginas amarillas de su diario. Las rápidas palabras anotadas le astillan los ojos. Él, antiguo combatiente, no desconoce los fulgores de la batalla ni el orgullo inútil del soldado. Siente el lerdo fuego que crece en su corazón como único motor de la escritura. Mira hacia la ventana y descubre la sombra blanca de la nieve. Mira la foto apoyada en el aparador marmóreo y siente el acero de la nostalgia. No puede olvidar la cara huidiza de su madre.

Atrás quedaron los amargos días felices en la barcaza, su voz de médico insuperable, la barba rala de Fidel, los rostros cetrinos de los cubanos, los sueños acumulados en los ojos como banderas utópicas.

Él tiene, ahora, en la ciudad de Kafka, una misión. Pensar la economía próspera y el sueño embravecido del mundo. Él se siente el depositario de la utopía. Y no es para menos. Él es el portavoz de la revolución, de la energía juvenil, de las postales enardecidas del hombre nuevo.

En Praga, el joven pasa las hojas amarillas de su diario y anota unas pocas palabras. Son las anotaciones del día, las voces mudas de su yo.

Afuera, el blanco es el único color del mundo.

Un golpe seco en la puerta alta lo distrae. Una mujer, curiosamente ataviada, y unos niños pequeños, esperan.

El joven, con el paso suave y el raro aspecto de un burgués, abre la puerta. Ella lo abraza. Los niños lo miran como a un desconocido. En ese abrazo se cifran lo que él sabe y lo que no. Ya sabe que será el otro Guevara, el padre de la revolución, el de la foto inmortal, el de la negra barba inconfundible. No sabe que para sus hijos será el extraño hombre del sombrero de paja, escondido en una pieza de Praga, rodeado de miles de libros y envuelto por la nieve interminable.

El Che Guevara, distante, apacible, lejano, mira a sus hijos. Ellos no saben que él es su padre. Aleida, la madre, les dice que es un amigo. Y ellos, tranquilos, se van a jugar al rincón.

El Che se detiene, moroso, un instante, en el rostro de su esposa. Le da un beso en la mejilla y se desarma en la ventana hecha de nieve y silencio.

Luego se mira en el espejo. Tiene un sombrero de ala ancha.

No tiene barba. Ni bigote.

Por un momento sonríe. Lo demás es silencio.